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sábado, 24 de septiembre de 2011

El método científico (V)

En esta introducción a la Ciencia y a su forma de hacer las cosas, falta explicar el segundo puntal básico del método científico. En mi post anterior, explicaba el principio de falsabilidad utilizando la crisis de la llamada Mecánica Clásica cuando apareció la Teoría Cuántica. Hoy toca hablar del principio de reproducibilidad...

¿Qué significa que un fenómeno ha de ser reproducible? ¿Por qué, a diferencia de las experiencias religiosas, las abducciones por parte de los extraterrestres, las visiones del planeta Raticulín (#1) y un número enorme de idioteces parecidas, los experimentos científicos han de ser reproducibles?

© Sanja Gjenero - Engineering plans 2

Vayamos poco a poco...

En este contexto, entendemos que una experiencia, fenómeno... etc, es reproducible cuando cualquier persona es capaz de repetirla en cualquier lugar y en cualquier momento. Hay que matizar ésto, pero ya vemos la diferencia clara que existe con los avistamientos de OVNIs, ¿no? Por ejemplo, es evidente que ciertos experimentos científicos han de hacerse en determinadas condiciones que no siempre son fáciles de reproducir. Ejemplos de esto que quiero decir serían determinados fenómenos astronómicos: eclipses, conjunciones, etc. Pero, a diferencia de las experiencias místicas, cualquier persona es capaz de reproducir esos experimentos si se dan todas las demás circunstancias.

Analicemos las coincidencias y diferencias en los dos fenómenos que describo a continuación.

Caso 1: Todo el mundo sabe que, en ciertas noches de lluvia intensa o visibilidad muy reducida por la niebla, hay cierta curva de la carretera de la Rabassada (#2) que se vuelve muy peligrosa. Dicen que algunos automovilistas han contado que, circulando en esas condiciones por la carretera, han visto una chica haciendo autostop. Han parado y la chica les ha preguntado si la podían llevar a Barcelona (o a Sant Cugat, según el sentido de circulación del coche). Poco después, al acercarse a esa curva, la chica, muy alterada, les ha advertido del peligro que suponía la curva y les hacía reducir la velocidad. Una vez pasado el peligro, la chica desparecía misteriosamente. Simplemente, estaba sentada ahí, a su lado, y al apartar la vista de ella, dejaba de estar en el coche. La visión es un espíritu de una chica que falleció al estrellarse su coche en esa curva y que ahora aparece para salvar a los automovilistas de la muerte.

© JR Goleno - Ghost 1

Caso 2: Desde la antigüedad, se sabe que la corteza del sauce blanco sirve para bajar la fiebre y aliviar el dolor. Tal propiedad ha sido descrita por Hipócrates, Plinio el Viejo, Dioscórides y Galeno, entre otros sabios de la Grecia y Roma clásicas. A principios del siglo XIX, se aisló el principio activo de la corteza de sauce blanco, responsable de sus efectos curativos, la salicina. Posteriormente, a finales del siglo XIX, el químico alemán Félix Hoffmann sintetizó el ácido acetilsalicílico, que la Compañía Bayer (en cuyo equipo de investigación de nuevos fármacos trabajaba Hoffmann) comercializaría bajo la denominación comercial de Aspirina. Los efectos analgésicos del ácido acetilsalicílico se basan en sus propiedades como inhibidor de unos neurotransmisores conocidos como prostaglandinas.

© Nina Briski - Lab work

A simple vista, ya vemos que hay diferencias notables entre ambos ejemplos. En el primer caso, el caso de la autoestopista fantasma (una leyenda urbana como cientos de similares) las expresiones "todo el mundo" y "dicen que algunos" son las fuentes de información que se citan. ¿Quién es "todo el mundo"? ¿Quiénes son esos conductores que dicen que...? Barcelona es una ciudad de poco más de 1.600.000 habitantes. Si hiciésemos una encuesta, buena parte de las personas entrevistadas afirmarían que conocen a alguien que les ha dicho que tiene un amigo al que le pasó lo que relata el caso 1. Ahora bien, por amplia que sea la muestra, no hay ni un solo caso en que la persona entrevistada afirme que eso le sucedió a ella. Tampoco hay imágenes, ni fotografías ni clips de vídeo, que muestren a la famosa chica. Ni registros de su voz... Si cualquiera de nosotros pasara repetidas veces por esa carretera, nunca la vería... ¿Hace falta que siga?

© Thier Aquino - Lab

En cambio, el caso 2 ofrece una lectura muy distinta. Si cualquiera de nosotros tuviese fiebre o dolor de espalda (por ejemplo) y masticara un poco de corteza de sauce blanco, comprobaría que la fiebre o el dolor remitirían en parte, o incluso completamente. El proceso de extracción de la salicina está ampliamente documentado en la bibliografía farmaceútica y es posible repetirlo sin demasiadas complicaciones, incluso en un pequeño laboratorio casero. La efectividad del ácido acetilsalicílico para aliviar las dolencias que se supone que trata está documentada sobradamente ya que es uno de los productos más utilizados en todo el mundo: del orden de las 40.000 toneladas al año... Cualquiera de nosotros puede comprobar que lo que se dice en el caso 2 es, por lo menos, fiable.

La reproducibilidad de una experiencia científica es la base del conocimiento científico. Como diría Santo Tomás Apostol (#3)... Ver es creer.


NOTAS:

(1) El planeta Raticulín es uno de los lugares que menciona el vidente y sanador Carlos Jesús en sus actuaciones. Una visión menos humorística de las andanzas de este increíble sujeto (lo increíble no es que existan personajes así, lo increíble es que alguien los escuche) se puede encontrar en la página web El Almanaque.

(2) Carretera BP-1417, que enlaza Barcelona con Sant Cugat del Vallés a través de la Sierra de Collserola. Es muy famosa por su trazado sinuoso, antiguo escenario de carreras de subida en cuesta. En épocas recientes, se ha tenido que extremar la vigilancia policial porque era frecuente que se organizasen carreras clandestinas.

(3) Juan, 20:24-29 - Es conocido el pasaje donde Tomás Apostol expresa su incredulidad ante la resurrección de Jesús:
«Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío!, y ¡Dios mío!
Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.»

© 2011 - Pitufox27.
© Ilustraciones: en cada una de ellas se indica su autor y título. Han sido obtenidas de Stock.XCHNG.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El método científico (IV)

Pero... ¿En qué consiste exactamente el método científico? ¿Sirve para extraer conclusiones sobre cualquier tema? ¿Es infalible? Bueno... Vayamos por pasos.

He mencionado en mi segundo post de esta serie, El método científico (II), que cualquier afirmación científica ha de basarse sobre dos principios fundamentales: la reproducibilidad y la falsabilidad. Cualquier experimento científico ha de poder ser reproducido las veces que haga falta. Una verdad científica no puede basarse en observaciones realizadas por una sola persona, sino que cualquiera ha de poder reproducir dichas observaciones. Por otro lado, las teorías científicas no son verdades absolutas. Cualquier teoría se ha de poder negar en caso de que la experiencia demuestre que sus predicciones no se ajustan a la realidad.

Anteriormente, ya he mencionado la Teoría Cuántica. Es un ejemplo perfecto para ilustrar el principio de falsabilidad. A finales del siglo XIX, la comunidad científica estaba más o menos convencida de que la Física estaba prácticamente cerrada.

© Ole Jørgen Bratland & Gisele Jaquenod - Old physics book.

Es bastante conocida la anécdota de que, cuando Max Planck terminó su graduación a los 16 años dudaba sobre qué estudios universitarios iniciar. Tenía talento para la música, era bastante bueno con la filología clásica y le atraía la Física. Así que consultó con el profesor de Física de la Universidad de Munich, Philipp von Jolly sobre la posibilidad de estudiar esa disciplina. La respuesta de Jolly fue que en Física estaba prácticamente todo descubierto y que sólo quedaban unos pocos huecos que rellenar. Esa opinión no era exclusiva, en absoluto, de Jolly, sino que era la opinión mayoritaria de la comunidad científica de su época.

Por suerte, Planck se veía fuertemente atraído por el estudio de la Física y no hizo caso de la advertencia de su futuro profesor. Inició su carrera como alumno de Jolly, pero en 1877 pasó a estudiar en la Universidad Friedrich-Willhems de Berlín, teniendo como profesores a Hermann von Helmholtz y a Gustav Kirchhoff, otros dos eminentes físicos de su época.

Tal y como le había advertido Jolly, en el campo de la Física todo parecía estar ya estudiado y resuelto. Sólo quedaban unos pocos fenómenos que no se ajustaban a las predicciones teóricas y que desafiaban el orden establecido. Primero, existía el problema planteado por el experimento de Michelson y Morley, que parecía poner en entredicho la existencia del éter, un supuesto fluido que debía llenar el vacío del espacio y en cuyo seno se deberían transmitir las ondas electromagnéticas (como la luz, por ejemplo). Tampoco se entendían dos fenómenos experimentales que no encajaban con la teoría clásica: el movimiento browniano y el efecto fotoeléctrico. Habían otros flecos que avisaban de que aún quedaban sorpresas por descubrir. Pero uno de los más importantes era la controvertida radiación del cuerpo negro.

El concepto de cuerpo negro había sido introducido por Kirchhoff: un cuerpo negro es un objeto hipotético que absorve todas las radiaciones que inciden sobre él, sin reflejar o ser transparente a ninguna de ellas. Todos los cuerpos emiten radiación en función de su temperatura. Así que el cuerpo negro lo hacía también. Pero el problema que presentaba la radiación que emitía un cuerpo negro es que seguía un patrón completamente anómalo.

Planck tuvo que enfrentarse a lo que se conocía en su tiempo como la catástrofe del ultravioleta. Según la Física clásica, conforme aumentaba la temperatura del cuerpo negro, la energía de la radiación emitida por éste debía tender al infinito para valores muy pequeños de la longitud de onda de la radiación. La zona del ultravioleta, con longitudes de onda muy pequeñas, debía generar, por tanto, energías enormes. Pero, tanto experimentalmente como por pura lógica, este comportamiento del modelo teórico no se daba en la realidad. Al llegar a la zona del ultravioleta, la energía emitida se hace muy pequeña... ¿Por qué fallaba en ese punto la teoría clásica?

© Ole Jørgen Bratland & Gisele Jaquenod - Studying 1.

Ahí intervino la genialidad de Planck. Si en los cálculos matemáticos se sustituía una integral (suma infinita de términos infinitamente pequeños) por una suma discreta, el problema desaparecía y el resultado obtenido concordaba de forma extraordinariamente exacta con los valores experimentales. Pero esa operación matemática implicaba que la energía, concebida por la Física clásica como una magnitud contínua (de ahí el uso de integrales para su cálculo), tenía que ser considerada como una magnitud no contínua, formada por pequeños paquetes indivisibles de energía, los quantum o cuantos.

De esta forma, el intento de explicar el porqué de un fenómeno físico (el comportamiento de la radiación del cuerpo negro en la zona del ultravioleta) modificando una ecuación matemática para que diese una solución acorde con la realidad, conducía a introducir una revolución conceptual que atacaba las mismas bases de las teorías que se suponían correctas desde hacía 200 años atrás. La Física no fué la misma tras la revolución de Planck.

Una teoría que funcionaba razonablemente bien (la mecánica clásica, o de Newton) se revelaba como insuficiente para explicar un nuevo fenómeno. Ésto suponía la adopción de una nueva teoría (la mecánica cuántica), desplazando la anterior y permitiendo el avance de nuestro conocimiento del mundo que nos rodea.

¡Ah! Se me olvidaba comentar que a Max Planck no lo quemaron en ninguna hoguera. Recibió el Premio Nobel de Física en 1918.


© 2011 - Pitufox27.
© Imágenes: Ole Jørgen Bratland & Gisele Jaquenod (publicadas en Stock.XCHNG).

viernes, 9 de septiembre de 2011

El método científico (III)

© H Berends - Test tube.

Mi joven rechazo a los sectarismos, idolatrías y demás lamidas de culo asociadas al mundo de las Artes y las Letras se vió claramente influenciado por el contraste que yo percibía con las áreas científicas. Por supuesto, la condición humana es inherente a todos y, por lo tanto, dentro del mundo científico también existían personalismos, cultos a la autoridad establecida y mucho, muchísimo peloteo por parte de los subordinados hacia el Gran Jefe que Todo lo Sabe.

Con los años, ya en la Universidad, descubrí que el ego de muchos profesores, catedráticos, ... etc, no tenía nada que envidiar al de los críticos literarios, prohombres de las Letras, artistas galácticos y demás fauna que habita en los ecosistemas de las galerías de arte, Ministerios de Cultura y subvenciones por la jeta. Nunca se me olvidarán las carcajadas con que mis compañeros de Facultad contaban la última que había protagonizado el adjunto del Departamento de ... (bueno, tampoco hace falta que diga de qué departamento era, ¿no?) cuando, en un baile organizado por la Facultad para celebrar la festividad de San Alberto Magno, tras trasegar el sexto whisky, se iba colgando del hombro de todo el que caía en sus redes para contarle al oído que él había nacido dos días después de la muerte de Albert Einstein.

Pero, con sus servidumbres y defectos, a mí la Ciencia siempre se me ha antojado una verdadera fuente de conocimiento. Se puede obstaculizar el avance de una idea que parece romper con todo lo que se da por sentado. Se pueden defender ideas descabelladas. Se puede mentir, tanto de forma consciente, como inconsciente. Pero al final, la Verdad, siempre acaba triunfando. Una teoría científica quedará más tarde o temprano arrinconada si existen evidencias objetivas que demuestran su no validez. No se quema a nadie que presente las nuevas evidencias, no se lo tacha de hereje ni se lo excomulga...

Y al revés también sucede. Una de las teorías científicas que presenta una mayor concordancia entre sus predicciones y los valores experimentales es la Teoría Cuántica. Su origen está en una idea que se le ocurrió al físico alemán Max Planck para justificar el extraño comportamiento que tenía la radiación emitida por un cuerpo negro. Este tipo de cuerpo es un objeto teórico ideado para estudiar la emisión de radiación electromagnética. A finales del siglo XIX, la teoría clásica que se aceptaba en ese momento predecía un comportamiento que no se ajustaba al observado en la realidad. Planck, a modo de ejercicio mental, ideó un modelo teórico que justificaba las observaciones experimentales. Al publicarlo, él mismo escribía que su hipótesis tenía que ser falsa ya que introducía un concepto revolucionario (la cuantización de la energía) que chocaba con el Universo imaginado hasta la fecha, heredero de la Mecánica de Newton y, si nos remontamos a los orígenes más antiguos, basado en la concepción aristotélica y/o euclidiana del mundo.

© Laurence Diver - Black hole.

Pero su trabajo fué seguido por otros físicos que vieron en su hipótesis una nueva forma de interpretar fenómenos que no se podían explicar en el marco de la física clásica. Albert Einstein aplicaría el concepto de cuanto de energía para explicar el, hasta entonces, anómalo efecto fotoeléctrico. La Teoría Cuántica empezaba así una carrera llena de éxitos que la convertiría en la piedra angular de buena parte de los avances en la Física del siglo XX.

Pero la grandeza de la Ciencia y del método científico radica en que no hay nada intocable. Más tarde o temprano puede aparecer una nueva interpretación del Universo que permita explicar fenómenos que la Teoría Cuántica no pueda. Y en ese momento, se adecuará nuestra visión del mundo para incorporar los nuevos descubrimientos. Un científico es alguien que ha de trabajar suponiendo como válidas ideas que sabe que pueden ser falsas. Un científico sabe que no existe la VERDAD absoluta. 


© 2011 - Pitufox27.
© Imágenes: Las imágenes pertenecen a sus respectivos autores. (Publicadas en Stock.XCHNG).

jueves, 8 de septiembre de 2011

El método científico (II)

© H Berends - Science.

Es sabido que no existe UN método científico, ya que son numerosas las herramientas que los científicos utilizan para enfrentarse a lo desconocido. Por citar unas cuantas, podríamos ver las siguientes herramientas:
  • Definición de conceptos.
  • Clasificación de conceptos.
  • Recopilación de datos y elaboración de estadísticas.
  • Procedimientos de medición.
  • Creación de hipótesis y deducción de predicciones.
De alguna forma, cuando hablamos del método científico, hemos de asumir que estamos hablando de ese conjunto de herramientas (y de muchas más, claro está). No existe una clasificación única ni tampoco se está de acuerdo con el listado completo de todas las herramientas que existen. Pero sí que podemos establecer las dos bases sobre las que se asienta el método científico. Y es la existencia de esas bases lo que yo percibí como diferencia fundamental entre las ciencias y las letras...

Cualquier afirmación científica ha de cumplir dos principios, lo que hemos llamado bases. Por un lado, cualquier experimento ha de ser reproducible por cualquier persona y en cualquier lugar. Y por otro, toda ley ha de poder ser negada en caso de que aparezcan evidencias de que no es correcta. Dicho en lenguaje simple y directo: un científico no es un gurú ni un mesias, capaz de ver la luz donde el resto de los mortales sólo percibe una triste oscuridad, y una verdad científica sólo es verdad mientras no se demuestre lo contrario, sin que el pobre que descubre la falsedad de la teoría corra peligro alguno de terminar sus días como una vulgar chuleta de cordero cocida a la brasa de una bonita hoguera.

¿Cómo afectaba esta sutil diferencia entre Artes y Ciencias mi juvenil visión del mundo? La diferencia era, para mí, evidente y clara. Un problema de Matemáticas sólo podía tener dos finales... O estaba bien, o había algún error absolutamente objetivo. El resultado era independiente de si esa noche mi profesor había dormido bien, su equipo de fútbol era rival eterno del mío o ambos leíamos el mismo periódico. Dos alumnos distintos tenían la misma nota en caso de que ambos hubiesen hecho bien el mismo número de ejercicios de un examen.

En el maravilloso mundo de las Artes y las Letras, el panorama se me antojaba bastante distinto. Recuerdo que teníamos una profesora de Geografía e Historia que ante dos respuestas idénticas, con el mismo número de faltas de ortografía e igual acierto o fallo en las afirmaciones emitidas, era capaz de poner una nota muy alta si el afortunado alumno había tenido la precaución de subrayar las palabras o frases clave de su exposición, a modo de esquema o resumen. En cambio, el alumno que escribía ese mismo texto (u otro equivalente) de la forma habitual, podía ver como su nota era un par de puntos inferior a la del otro... Este extraño comportamiento fue observado por una compañera que tenía la costumbre de subrayar sus respuestas. La lógica conclusión a la que todos llegamos es que la profesora huía de leer todos los exámenes completos (trabajo demasiado aburrido y largo de terminar), saltando de un párrafo a otro. Si le subrayábamos las ideas básicas, no se le escapaba ninguna y podía emitir una nota más justa. Sin comentarios...

© Antoni Tàpies - '34' (Litografía).

Por supuesto, existen muchísimas más diferencias que ilustran lo que descubrí en esa época. ¿Qué hace que un garabato pintarrajeado en una sábana valga miles de euros si en una esquina lleva la firma de un tal Antoni Tàpies y que, en cambio, si es mi hija pequeña la que destrozaba una sábana de la misma forma, lo máximo que podía ocurrir es que su madre le zurrara en el culo? ¡Por favor! ¿Cómo puedo hablar así del proceso creativo, de la magia del arte? ¡Qué poca vergüenza por mi parte! ¿No?

Yo creo que me refugié en las Ciencias porque enseguida descubrí que, si quería aprender algo del mundo que me rodeaba, no tenía más remedio que huir de papanatismos, cotos privados de caza, sectas, egolatrías de patriarcas y prohombres ilustres y demás servidumbres que arrastra detrás suyo el mundo de las Letras y las Artes. En esa época acuñé una frase que suscitaba el cabreo de mis profesores y compañeros de letras: "El saber está en las Ciencias; las Letras son culturilla."


© 2011 - Pitufox27
© Imágenes - Las imágenes son propiedad de sus autores respectivos.

El método científico (I)

© Laura Shreck - Satelite 2.


Desde muy pequeño me dí cuenta que, si queremos aprender algo del mundo que nos rodea, debemos, sobre todo, ponernos de acuerdo en dos cosas: hablar un lenguaje único, y emplear un método único de enfrentarnos a lo desconocido.


¿Cómo podemos ponernos de acuerdo sobre cualquier cosa si tú y yo tenemos nuestro punto de vista propio? Tú puedes ver una pared más o menos recta, pintada de un color que denominas blanco y tener la impresión de que está más o menos bien conservada. En cambio, yo puedo verla y pensar que está mal construida, torcida, pintada de un insufrible color grisáceo, cochambrosa y a punto de caerse... Y si aparecen terceras, cuartas..., etc, opiniones, la cosa se irá complicando cada vez más, hasta convertir un sencillo diagnóstico del estado de una pared en una reunión de una comunidad de propietarios... Mil voces y ninguna repetida.

¿Qué criterio podemos usar para saber de qué estamos hablando cada uno de nosotros cuando decimos blanco, o recto... o cualquier otro calificativo que suponga un dato sobre el que construir nuestro diagnóstico?

La pregunta no es fruto del aburrimiento de un adolescente que no sabe cómo acelerar el paso interminable del tiempo durante sus vacaciones de verano, alejado de deberes escolares y compañeros con los que jugar apasionantes partidos de fútbol... La pregunta es muy importante. Descubrí la magnitud de esta importancia cuando empecé a enfrentarme, en mis años de estudiante, a los primeros exámenes de Historia o de Literatura... No mencionaré lo importante que puede llegar a ser eso en un examen de Filosofía.

Es decir... Cuando me enfrento por primera vez a un examen de Literatura, ¿qué debo hacer? ¿Respondo lo que yo pienso o lo que sé que al profesor le gustaría leer...? Por poner un ejemplo más o menos autobiográfico (y por tanto, que podríamos definir como real) permitidme que ilustre lo que quiero decir.

La primera vez que leí Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski me pareció un mamotreto, solemnemente aburrido, que trataba sobre las comeduras de coco de un pobre desgraciado que no dejaba de atormentarse por haber cometido un asesinato más o menos insignificante dentro del turbulento momento histórico que agitaba la vida europea en general y rusa en particular. Me pareció, en ese momento, un ejercicio de pajeo mental que el señor Dostoyevski se podía haber ahorrado de haber tenido un mínimo de misericordia por sus congéneres contemporáneos y/o futuros.

Fíodor Dostoievski - Portada de una edición de 1867 de Crimen y Castigo.


El eminente escritor ruso habría sido recordado de forma más amable por generaciones de estudiantes de enseñanza secundaria, y algún que otro lector despistado, si hubiese tenido la precaución de someter cada uno de los doce capítulos que publicaría en 1866 el diario El mensajero ruso (Русский вестник), a la censura misericordiosa de un buen fuego de chimenea... Es más: hubiese sido igualmente vitoreado por esos miles de estudiantes aunque sus manuscritos se hubieran caído dentro de un modesto fogón de cocina, oportunamente encendido, claro está. Todo ello sin menoscabo de pasar a la posteridad como uno de los grandes literatos rusos de la época zarista...

Resumiendo... Sin pretender restar importancia a la figura de Dostoyevski dentro de la literatura rusa del siglo XIX, las horas que dediqué a tratar de alcanzar la palabra FIN tras cientos y cientos de páginas emborronadas con un texto de lectura difícil, aburrida y carente del más mínimo sentido para mí, me parecieron en ese momento el tiempo perdido de la forma más inútil que recordaba.

¿Qué podía yo escribir en mi trabajo sobre semejante lectura? Estaba claro que me enfrentaba a un problema de conciencia: Si explicaba lo que de verdad había despertado en mi ser la lectura de aquel mamotreto, era evidente que mis palabras (sinceras pero imprudentes) podían herir la sensibilidad de mi profesora de Literatura, mucho más receptiva al mensaje del eminente literato ruso de lo que mi poco cultivada mente lo estaba.

Por otra parte, yo sabía de qué pié cojeaba mi profesora... (ningún alumno que se precie de tal título puede dejar de aprender, lo antes posible, cuáles son las opiniones y gustos de sus profesores ya que su vida académica depende de ello). Y si hacía un apasionado trabajo describiendo la angustia con la que mi joven corazón había leído los tortuosos pensamientos del pobre Raskolnikov sumido en el sufrimiento por el crimen cometido, no tanto fruto de la naturaleza maligna de un asesino sino anunciado final a un contexto de miseria socio-económica, resultado evidente de la política nefasta de los sucesivos gobiernos rusos que habían conseguido hacer brillar la corte y los palacios zaristas a costa de sumir a la plebe en la más rotunda pobreza, anuncio inequívoco de los malestares que iban a desembocar en una futura Revolución rusa, yo sabía que una beatífica sonrisa iba a dibujarse en la cara de mi profesora mientras repetidos movimientos de cabeza iban a corroborar su aquiescencia con mis jóvenes palabras.

Así pues, ese era el dilema. ¿Sinceridad o empatía? ¿Yo debía explicar cuál era mi opinión sobre lo que había leído, o era preferible provocar la simpatía de mi juez a base de utilizar las que podrían haber sido sus propias palabras? ¿Mi trabajo debía ser el resultado de la VERDAD o de un maquiavélico cálculo de simpatías?

¡Jajaja! Por supuesto, yo era joven pero hacía años que había dejado de ser un iluso. Uno aprende a muy temprana edad, sobre todo en las sociedades urbanas (sometidas a un flujo de información y contrastes mucho más intenso que las sociedades rurales), que la VERDAD, así, en mayúsculas, no existe... Todos tenemos nuestra verdad. Lo único que necesitamos para que nuestra verdad se convierta en una Verdad con cierta resonancia en nuestro entorno, es una buena campaña de marketing.

Como diría el propio Joseph Goebbels, cualquiera podía construir una Verdad a partir de su verdad, si disponía de los medios adecuados. ¿Y qué mejor Verdad que aquella que los demás quieren oir?

Esta forma de enfrentarnos a ciertos conocimientos humanos tenía un pequeño problema. Lo que para mí o mi profesora de Literatura podía ser Verdad, dejaba de serlo cuando aparecía otro punto de vista en el escenario. Un mismo trabajo de Literatura, corregido por dos profesores distintos, podía perfectamente tener calificaciones completamente dispares... ¡Y eso me sublevaba! Que cualquier pelota asqueroso pudiera sacar mejor nota que yo, sólo por poner en su examen aquello que el profesor quería leer en lugar de defender una opinión personal y original como la mía, era una idea que enfriaba mi camino hacia las Artes...

Todo aquello que hacía referencia al mundo artístico, tenía tal carga de subjetividad que se me hacía soso y aburrido. Yo, en mi idealista visión del Universo, pensaba que el único camino hacia la VERDAD pasaba por la comprensión del mundo que nos rodea y que para comprender necesitábamos estar de acuerdo.

Las leyes del Universo precisan de un lenguaje único y, como no, universal. Semejante aforismo conduce inequívocamente a la búsqueda de tal lenguaje. De momento, y salvo algunos intentos de encontrar un lenguaje sustituto más o menos poco exitosos, tal lenguaje universal es lo que todos conocemos como MATEMÁTICAS.

Podemos saber algo sobre una cosa cuando la podemos expresar en números. El número carece de subjetividad (por favor, corramos de momento un tupido velo sobre el siempre entretenido mundo de la Estadística..., es una pequeña concesión que pido al lector para poder argumentar adecuadamente mi tesis): Dos es el doble de uno y la mitad de cuatro. Y eso es siempre así. Aquí y en Vladivostok. Medir es la operación que nos permite aprender algo sobre el Universo. Medir... ¿Qué?¿Cómo?

© Tory Byrne - Measuring cup.

¡Ah, señores! Precisamente esa es la cuestión... Una vez estamos de acuerdo en que es necesario un lenguaje común con el que todos podamos entendernos, y adjudicada esa responsabilidad a nuestros viejos amigos los números, nos falta un conjunto de normas... Una especie de convenio colectivo, de método, de manera de ver la realidad (sea lo que sea eso tan abstracto de la realidad), alrededor del cual podamos todos ponernos de acuerdo sobre una cosa.

A esa metodología, a esa forma de mirar a nuestro alrededor, la llamamos CIENCIA. Y al conjunto de normas con las que la CIENCIA aborda el intento de discernir los misterios del Universo, lo llamaremos, en lo sucesivo el método científico.


© 2011 - Pitufox27.
© Ilustraciones: Se indica en cada una su autoría. La primera y la tercera están publicadas en Stock.XCHNG. La portada de Crimen y castigo está tomada de la Wikipedia.